Finales de cine

Si os digo la verdad, nunca me han gustado los finales. Ningún tipo de final. Y oye, que por muchos años que pasen y muchas pelis que vaya a ver al cine, no me acostumbro a que llegue ese momento en el que la pantalla se apaga, las luces se encienden, y la gente se levanta.


Siempre me quedo un rato sentada, viendo a la gente pasar y escuchando sus comentarios sobre la película. Soy así, de reacciones lentas, y siempre lo he sido. Nunca me ha gustado ser uno de esos que se levantan corriendo para salir los primeros, y nunca he sabido por qué, hasta hace poco.


Y esta es mi brillante conclusión: que no me gustan los finales. 

No me gusta que las cosas se acaben, ni si quiera si tras ellas empiezan otras nuevas. No me gusta leer ese “The end” cuando la peli me estaba gustando, y no me gusta que mi acompañante me pregunte que por qué sigo sentada cuando hace 5 minutos que la sala está vacía.




No, no me gustan los finales. No me gustan y no sé como actuar cuando las cosas acaban. Y no se si por falta de madurez o por falta de ganas de madurar, pero soy de esas personas a las que les cuesta aceptar la realidad aunque se les acerque y les de un bofetón en la cara.

Y no creáis que me ha ido mal hasta ahora en mi mundo de colores en el que vivía aferrada a tantas cosas que formaban ya parte de mi, las cosas que me gustaban, que creía me llenaban, convenciéndome de que iban a estar conmigo para siempre.

Pero si algo he sacado en claro de los para siempres en estos últimos años es que siempre terminan. Y por mucho que nos duela, la cruda realidad es que esto es algo más que una frase de quinceañera despechada.

Que siempre terminan. Y no es que nadie te pregunte, no es que tengas elección, no es que puedas impedirlo. Que terminan y ya está.




Y ahí estás tú, sentada en tu butaca del cine comiéndote las pocas palomitas que te quedan, y preguntándote si sería posible gritar “¡otra! ¡otra!”, y que la película empezara otra vez desde el principio.

Pero con los años aprendes que no. Que por mucho que grites, por mucho que te niegues a levantarte, y por muchas palomitas que te queden aún por disfrutar, la peli siempre se acaba. 

Y aquí si que tienes elección. 


O te quedas sentada el resto del día mirando a una pantalla en blanco, o lo aceptas, te levantas, y te vas con la cabeza bien alta y la seguridad de que, en ese mismo momento, en otra sala está a punto de empezar una película mucho mejor.




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