Lo contrario al amor

Puede que a mis 22 años no sepa aún, exactamente, lo que es el amor. Que me quede mucho camino por recorrer, muchas lecciones por aprender, y que no tenga aún del todo clara la pinta que tiene eso que todos llaman amor.

Pero lo que sí sé, lo que he aprendido (y ya es bastante) son todas las cosas que NO son amor. Aunque puedan parecerlo, aunque de lejos den la misma sensación que produce ver al camarero acercarse con un plato de comida que al final no es para ti. 

Parecía, pero no.

Porque hoy sé que el amor no es egoísta. Al contrario. Debe ser algo así como dar y dar y no esperar nada a cambio. Porque el amor no espera una recompensa por cada esfuerzo que hace.

Sé que el amor no miente, engaña ni traiciona. Que amor es hablar claro y hablar a la cara. Aunque las verdades, muchas veces, duelan.

El amor no es orgulloso. No necesita tener la última palabra ni levantar la voz para que le escuchen. No es impaciente, no tiene prisa, sabe esperar. 

Sé que el amor no tiene horarios ni condiciones. No es un contrato, no espera nada a cambio de darse por completo. Puede que, en realidad, sea lo único que nos haga salir de nosotros mismos y pensar, primero, en el bien de otra persona.

El amor no pone excusas, no duda de sus prioridades ni espera siempre hasta mañana. No ignora, humilla, ni menosprecia. No crea inseguridades. Al contrario: llega, y se las lleva de una en una haciendo que te olvides de todo lo que un día consiguió hacerte sentir menos de lo que tú vales.

Y es que el amor no te deja sentada en la cama, de madrugada, mirando al suelo mientras piensas en qué te has equivocado, qué es eso que te falta para poder recibir, al fin, todo lo que das y sabes que te mereces. 

Porque pasa el tiempo y te das cuenta de que sí, puede que después de todo sí que te faltara algo.


Puede que sólo te faltara darte cuenta de que, cualquier cosa que lograra hacerte sentir así, aunque fuera sólo unos segundos, fuese lo que fuese, seguro que no era amor.



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