A golpe de realidad


Anoche tuve un sueño de los raros. De los que no se tienen todas las noches, de esos que te hacen pensar y, una vez despierta, tardan más de diez minutos en irse de tu memoria.


Confieso que no soy, ni he sido nunca, especialmente fan del “fenómeno” influencer. Si me preguntan por qué, creo que es tan simple como que me genera cierto rechazo ver cómo chicas de mi edad (no juezas, ni profesoras, ni médicos), son el ejemplo a seguir, la influencia perfecta para tantas adolescentes que dejan de aspirar a estudiar una carrera o ejercer la profesión de sus sueños, para centrar todos sus esfuerzos en tener un pelo tan brillante o una piel tan perfecta como la de sus amadas Influencers (que en su mayoría no tienen otro mérito que ser guapas, estilosas, o las más afortunadas ambas cosas a la vez). 


Y no digo que haya nada de malo en eso, ni que yo, por estar delante de los apuntes con mi bata de felpa enfrentándome a mi cuarto café, sea una mejor persona. Por su puesto que no, es más, muy probablemente no sea mejor ser humano ellas y, con toda seguridad, soy uno muchísimo más feo.



Pinterets: Marina Muñoz 💕



Pero me cabrea. Me cabrea y me entristece a partes iguales que el modelo a seguir de tantas niñas en edades cruciales para la formación de su personalidad y sus aspiraciones, sean chicas que en su mayoría ni han terminado los estudios ni tienen intención de hacerlo, ni aspiran a nada más que a hacerse la foto desde el mejor ángulo o tener más ropa en su armario que el resto de sus amigas. Y todo esto, mientras las marcas se frotan las manos al observar lo fácil que pueden aprovecharse de las inseguridades de tantas niñas y mujeres a las que convencer de que, comprando sus productos, su vida y su aspecto serán más parecidos a los de sus ídolos y por lo tanto les harán, como a ellas, muchísimo más felices.



No puedo negar que estas palabras huelen un poco a envidia. Ni voy a negarlo. Porque probablemente parte de ese rechazo no venga de otra parte que de la más pura envidia que siente mi subconsciente al verse pringando en la biblioteca mientras ellas, para ganarse la vida, no necesitan más que hacerse una foto bonita con una crema entre sus manos que probablemente no han usado ni vayan a usar jamás. Pero si soy totalmente sincera, y reconozco que envidio su presente al compararlo con el mío, tengo que admitir también que tengo la satisfacción de saber que con el esfuerzo de hoy, estoy construyendo un futuro que no tendrá nada que envidiar a ninguno de los suyos. Sueno a envidiosa otra vez.



@emmielouise ☽



Pero no, la envidia no es la base de este rechazo. Creo que, en realidad, en su mayoría viene de algo tan sencillo como que no me gusta que me mientan. Que detesto que intenten venderme frascos de felicidad cuya posesión, tengo que creer, hará mi vida un poco más parecida a la de esos pivones de metro ochenta que pasean sus piernas kilométricas por playas de arena dorada mientras yo ayudo a mi madre a cargar el lavaplatos. No me gusta que me enseñen foto a foto una vida de mentira y que me hagan creer que, además de perfecta, es una vida feliz. Porque ni es perfecta, ni es feliz, ni es envidiable, y sólo por un motivo: porque ni si quiera existe. 

Y ya está bien de vender tantas mentiras, ya está bien de que sigamos comprándolas. Ya está bien de seguir tragándonos que la vida más plena la tiene quien mejor sale en sus fotos, más veces cambia de look o quien más playas visita. Porque me aterra pensar que estas sean, en un futuro, las aspiraciones de mis hijas o sobrinas. Me da pánico la imagen de ir con ellas a un centro comercial a ponerme en una cola para conseguir el autógrafo de una cara bonita que en su vida ha dado un palo al agua.

Pero vuelvo a mi sueño, del que me he despertado con la extraña sensación de no saber si ha sido el más macabro o el más revelador que he tenido en mucho tiempo. Lo resumo. Una de las marcas que organiza viajes para enseñarnos cuanto se divierten mis queridas influencers en las playas del caribe, organizaba otro viaje. Y las redes se llenaban de fotos paseando por las calles sin asfalto de esa ciudad innombrable, entre familias sin techo, niños descalzos y pobreza en cada esquina, mientras ellas posaban sonrientes entre hashtags, looks perfectos y una localización: Influencers en Calcuta.


@ Kolkatta, via Flickr.


Ha sido un sueño tan raro como suena, y, al despertarme, confieso que no he podido volver a cerrar los ojos. Las imágenes seguían cruzándose por mi mente mientras me daba cuenta de algo que me ha llevado a escribir estas palabras. Mientras me hacía consciente de que, si normalmente los sueños no se cumplen, este en concreto no iba a hacerse realidad jamás.

Y por una razón muy sencilla: vivimos en una sociedad en la que la verdad no vende. Venden las vidas irreales, los paisajes paradisiacos y la felicidad postiza. Porque jamás compraríamos un producto patrocinado por la “pringada” de clase, por nuestra tía Charito, ni por una modelo posando entre la mayor de las miserias. Porque no, la realidad no tiene nada de glamour. Y nos hemos acostumbrado a esa perfección que detrás no tiene otra cosa que historias inventadas y físicos perfectos rellenos de nada.

Pero qué pasa si nos plantamos, que pasaría si todos nos negáramos a seguir comprando esos productos que nos han ido colando entre mentira y mentira. Si empezáramos a buscar ídolos adolescentes que realmente tuvieran cualidades dignas de admiración o, por lo menos, no vendieran un modelo de vida y felicidad completamente falso y manipulado.

Y es que ha sido uno de esos sueños que me hubiera gustado grabar, envolver, y enviar a todas esas chicas que nos “influencian” vendiéndonos sus vidas. Porque me encantaría contarles que, en una sociedad ya plagada de mentiras, para conectar con la gente a veces no hacen falta los retoques, la perfección, ni las sonrisas fingidas. Que lo que la gente necesita, aunque parezca muy obvio, no es nada más glamuroso que recibir, de vez en cuando, una pequeña dosis de la fea realidad.




Comentarios

Entradas populares