A los días raros

Me gustan los días normales, no voy a negarlo. Los días que empiezan y terminan, que pasan desapercibidos, que mantienen el orden y no hacen ruido al salir.

Pero de vez en cuando llegan, es inevitable. Sin que nadie les llame, Llegan los días raros. Algo se tuerce en alguna dirección y, antes o después te encuentras a ti mismo cuestionandote tu decisión de salir de la cama esa mañana. 

Y es lo que tienen los días raros, que a nadie le gustan. Nos sacan de nuestro orden, nos ponen patas arriba y nos obligan, queramos o no, a entrar en una batalla que, por desgracia, no siempre ganamos.

Una batalla contra los demás, contra nosotros mismos o, a veces, contra los dos a la vez. Porque así son los días raros, como una bola de nieve que crece y crece y nos lleva por delante sin que podamos darnos cuenta.

Nos enseñan, en 24 horas, la cara más amarga y, a la vez, la más bonita de la vida y a veces nos toca elegir con cuál quedarnos. O darnos cuenta de que no hay más remedio que elegir ambas, porque si algo nos enseñan los días raros es que puede que la una no tenga sentido sin la otra.

Puede que sean los momentos más amargos los que nos lleven de la mano hacia las mejores experiencias, esas que nos enseñan el lado más humano y fascinante de la vida.

Así que si, me gustan los días normales. Los necesito, necesito la tranquilidad de esos días que sólo empiezan y acaban, sin provocar demasiado sobresalto en el camino. 

Pero reconozco que, de vez en cuando, cuando llegan, son precisamente los días raros los que me enseñan que, con sus subidas y sus bajadas, con su tristeza y su alegría, definitivamente merece la pena vivir esta vida y todos sus días raros.


Fotógrafos inspiradores                                                       …


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