Mi hora del café

He empezado a tomar café con 24 años. 

No tengo una buena explicación de por qué hasta ahora lo rechazaba. Estaba convencida de que era malo para la salud, y mientras me entregaba abiertamente a muchas otras adicciones que nunca fueron precisamente sanas para mi, me negaba a engancharme a la dichosa cafeína y sus supuestos efectos nocivos.

Pero una vuelta de la vida y varios meses de cuarentena me incitaron a probarlo. Y llegó para quedarse.

Y es que se ha convertido para mi en todo un ritual. Mi hora del café.



Me gusta con bastante leche y muy poco ruido. Con tanta espuma que creo que no sería de buen gusto beberlo en público. Caliente, pero no ardiendo. Y dulce, por su puesto, muy dulce. Más de lo que cualquier ser humano disfrutaría. 

A eso de las 5 y media, el cuerpo empieza a pedírmelo. Pero no por que necesite despertarse, no. Si no porque la hora del café se ha convertido en su momento favorito del día.

Y es que mi hora del café es mía y sólo mía. Después de prepararlo con un mimo infinito y servirlo en mi taza preferida (también demasiado grande para mostrársela al mundo), busco algún rincón vacío. Algún sitio en el que pueda, por un rato, estar conmigo y nadie más.

Y me bebo el primer sorbo. Todo mi cuerpo se relaja y puedo decir que disfruto cada día de su olor como si fuera la primera vez que lo siento.

Y así, sorbo a sorbo, voy contándome a mi misma cada día algo distinto. Sin móvil ni compañía. Saboreándolo mientras contemplo las flores del jardín o pierdo la mirada en el infinito tras la estela de algún avión.

Y soy consciente de cada rincón de mi cuerpo, relajado, disfrutando de no hacer, por un rato, nada más que estar. Con su café y con la vida, que hay días que tiene mucho que contarme.

O con Dios, que suele pasarse a saludar y a recordarme con paciencia y un cariño infinito que le siga buscando cada día y en cada café.

Y no sé que hacía antes, en qué rato de esta locura de vida me paraba a charlar conmigo misma. 

Pero a los 24 años he descubierto el café y la maravilla de frenar el ritmo un ratito cada día y dedicarlo a escucharme.

 Así que he decidido que, por muy malo que sea para mi cuerpo, quiero seguir para siempre regalándole a mi mente su esperada y necesaria hora del café.

Comentarios

Entradas populares